Como ustedes saben lectores se genero una encuesta con la finalidad de definir la siguiente categoria del proyecto "Se Busca" y de antemano agradecemos a todos los votantes su participacion en la misma, con 21 votos en total y un subtotal de 16 votos para la categoria de "Mitos y Leyendas del Mexico Prehispanico" es que surgen estos 5 nuevos carteles sobre nuestra historia y origenes prehispanicos, retomando personajes e incluso objetos parte de las culturas antiguas que llevan una explicacion mitologica o de leyenda, nos permitimos anexar en este espacio breves (algunas no tanto) referencias a las leyendas y mitos detras de los carteles a manera de introduccion pero instamos a usted lector a investigar y conocer mas sobre la magia que encierra el origen de nuestra nacion. Les presento a continuacion solo thumbnails de los carteles, los cuales podran ser descargados para su reenvio, impresion, distribucion o difusion en la entrada correspondiente para el siguiente link: CLICK ACA >Proyecto Se Busca<
“Dioses de la Muerte” (Guardianes del Inframundo)
Antes del edén, del limbo y del infierno; de la trinidad, las cruces y el dogma cristiano, de calacas azucaradas y versos satíricos que burlan a políticos y personalidades importantes, una unión de deidades aztecas centró su reino en el inframundo, donde se albergaron todas las ánimas del mundo y las bases para la tradición que ahora conocemos.
Mictecacihuatl y Mictlantecuhtli recibían a todos los difuntos de muerte natural o que presentaban cierta particularidad en su partida. Sin embargo, en estudios basados en los escritos del fraile franciscano Bernardino de Sahagún (“Historia general de las cosas de Nueva España”) se menciona que del mismo modo, gente de la nobleza azteca también residía en este plano.
Según los escritos de Sahagún, quien logró dominar el náhuatl, y gracias a informantes indígenas documentó la cultura, los muertos -de acuerdo la forma de perecimiento-, se dirigían a dos lugares: Tlalocan (el cielo del sol) y Mictlán. Sin embargo existía otro destino del cual se desconocen muchos aspectos que es denominado Xochatlapan.
Para ser admitido en Mictlán -el que muchos consideraron de manera errónea como el infierno, ya que era parte inferior de los tres planos de la cosmovisión azteca-, el difunto debía pasar nueve pruebas correspondientes a los nueve niveles de Mictlán hasta llegar al umbral de la “Dama de la muerte” o Mictecacihuatl, y el Señor de los difuntos, Mictlantecuhtli. Mictlán era el nombre del lugar del descanso eterno, el destino al que cualquier mortal (no ultimado en guerras, sacrificios o muerte heroica), podía aspirar.
Con la llegada de la conquista española, milenarios rituales fueron eliminados o modificados de los calendarios festivos por ser considerados paganos, y la festividad en la que se honraba a los muertos -originalmente realizada a principio del noveno mes según el calendario azteca, vale decir en agosto según el calendario actual-, no fue la excepción. No obstante, esta festividad que en primera instancia era celebrada durante un mes con diferentes ceremonias, fue adoptada por la iglesia unificándola (como hizo con muchas romanas), formulando un secretismo cultural con la ya establecida celebración eclesial de Todos los Santos.
Más a fondo, la naturaleza de esta celebración azteca y la visión sobre el alma y la vida después de la muerte, estaba constatada en que el cuerpo humano estaba formado por una parte física y otra espiritual; esta última dividida en tres partes: Teyolía, el Tonalli e Ihiyotl. Estas tres entidades anímicas se concentraban primordialmente en la cabeza, el corazón y el hígado. Estas “tres almas” (o tres aspectos del alma), estaban encargadas de mantener el equilibrio físico y mental de cada persona. Así al morir, Teyolía que se encuentra en el corazón engloba la esencia humana y las facultades mentales.
Del mismo modo, Tonalli (relacionado con la individualidad y el destino personal), reposaba sobre la tierra y era guardado por los familiares en pequeños cofres junto con sus cenizas luego de ser cremados junto con ofrendas y artefactos que ayudarían a los difuntos en el más allá. Finalmente se encontraba Ihíyotl, motor de las pasiones y cuya esencia se dispersaba por la faz de la tierra para convertirse en espectros o enfermedades. En religiones occidentales el destino del alma es definitivo, y claramente definido: Si te portas bien te vas al cielo, y si te portas mal te vas al infierno.
En la cultura azteca, contrario a esto, el destino final estaba determinado por la manera o causa de la muerte. Como se halla en los documentos de Sahagún, también este destino estaba determinado ademas, por la ocupación del difunto. Tlalocan, el otro destino, era un lugar de abundancia, donde la mazorca, el agua y la vegetación excedían; era un lugar sin penas habitado por guerreros y personas sacrificadas en batallas o rituales, donde después de cuatro años se convertían en aves de hermoso plumaje y se alimentaban de la nutritiva cempazuchil, la tradicional flor de los muertos.
Los familiares de los que se dirigían a Mictlán –y aquí es donde reside una de las bases de la tradición- mediante rituales auxiliaban a sus seres queridos para vencer estas nueve pruebas al colocar una diversidad de elementos en pequeños altares en forma de pirámides. Vencer el “viento de navajas”, atravesar un camino con culebras, o con una lagartija verde eran algunas de las pruebas antes de llegar a la última, que era cruzar el río Chiconahuapan. Para esta prueba los familiares del difunto lo enterraban junto con un perro para que éste les asista al cruzar el río hacia el destino final, junto a los amorosos amos de la muerte.
Al llegar junto a ellos, el muerto debería presentarse y entregar las ofrendas con las que fue enterrado. En cuanto a las honras para los muertos que se dirigían al inframundo sí existía una distinción en lo social. Los nobles eran acomodados de forma específica, envueltos en un lienzo recién tejido, en la boca una pieza de jade era colocada para simbolizar el corazón. Se cree que como en Egipto antiguo, los esclavos de estos nobles eran sacrificados para asistir a sus amos en la otra vida. Los actos fúnebres para los de menor casta social eran similares, diferenciándose en la piedra colocada en la boca.
“No tenemos vida permanente en este mundo y brevemente, como quien se calienta al sol, es nuestra vida”, decían los aztecas, y esta afirmación no ha caducado.
“La Rueda de los Katúnes”
El once Ahau se asienta el Katún en Ichcaansihó. Bajan hojas del cielo, bajan perfumes del cielo. Suenan las músicas, suenan las sonajas de los nueve píes. En un día en que habrá faisanes azules, en un día en que habrá peces a la vista, en el día de Chakan-Putúm, se comerán los árboles, se comerán piedras; se habrá perdido el ausento dentro del Once Ahau Katún.
Con siete templo de abundancia se asienta el Katún, el cuarto Ahau Katún, en chichén. Siete tiempos de abundancia son el asiento del Gran Derramador de agua. Tapado está su rostro y serrados sus ojos bajo sus lluvias, sobre su maíz abundante derramado. Llenos de hartura están su estera y su trono. Y se derrama su carga. Habrá un día en que este blanco su ropaje y blanca su cintura, y sea aplastado por el chorro del pan de Katún. Llegarán plumajes, llegarán pájaros verdes, llegarán fardos, llegarán faisanes, llegarán tapires; se cubrirán de tributo Chichén.
No Zaquí, sino Mayapán es el asiento del Katún, del Dos Ahau Katún. Cuando se haya asentado el Katún, bajarán cuerdas, bajará las ponzoñosa de la peste. Tres cerros de calaveras harán una rueda blanca a su cuerpo cuando venga con su carga atada. Ahogándose cogerá en su lecho un soplo de viento. Tres veces dejará caer su pan. Mediana hambre, medio pan. Esta es la carga de Dos Ahau Katún.
Kinchil Coba es el asiento del Katún, del Trece Ahau Katún. El dios mayor Itzam, dará su rostro a su reinado. Se le sentirá tres veces en tres años, y cuando se cierre la décima generación. Semejantes a las de palmera serán sus hojas. Semejante al de la palmera será su olor. Su cielo estará cargado de rayos. Sin lluvias chorreará el pan Katún, del Trece Ahau Katún. Multitud de lunares son la carga del Katún. Se perderán los hombres y se perderán los dioses. Cinco días será mordido el Sol, y será visto. Esta es la carga de Trece Ahau Katún.
Los mayas eran incansables observadores; muy pronto se dieron cuenta que el cosmos giraba en torno a un eje imbatible: el tiempo, regente del ritmo del universo.
Así, vieron cómo el sol, la luna y las constelaciones giraban aparentemente surcando la bóveda celeste, pasaban por ciertos puntos sobre sus cabezas o se posaban en el horizonte.
Cada año, el sol se ponía en la cima de determinada montaña cuando comenzaba la época de lluvias o la de secas. Con esta certeza, los mayas marcaban puntos precisos entre cielo y tierra que les permitieron hacer mediciones bastante exactas sobre la duración de los diferentes ciclos cósmicos. El más importante era el ciclo solar, que dio paso a la conformación del Haab o calendario solar, compuesto por 18 meses de 20 días cada uno, lo que da un total de 360 días; a éstos se agregaba un periodo de 5 días sobrantes, es decir, se conformaba un año de 365 días tal y como lo conocemos nosotros.
“Sol y Luna, opuesto y complementario” (Codice Fejervary-Mayer)
El Sol era el cuerpo celeste por excelencia y en Mesoamérica se le identifica con el tiempo mismo. A través de manuscritos, como el Códice Matritense del Real Palacio, podemos abrir una ventana hacia mitos cosmogónicos fundamentales para el pueblo mexica. En ellos vemos fielmente reflejada la creencia de que el Sol, como ser vivo, puede nacer y morir.
Hubo cuatro soles antes del actual. Cada uno marcó eras distintas, entre las cuales se detuvo el tiempo y se hizo la profunda oscuridad. Para que naciera el Quinto Sol, los mismos dioses debieron sacrificarse, morir, purificarse en el fuego, elemento producido por el más viejo de todos lo dioses.A pesar de que ya había nacido el Sol y poco después la Luna, cuerpos celestes fundamentales para elaborar el calendario, aún no estaban dotados de movimiento.
La esencia del tiempo era, aparte de la luz, el movimiento. Ambos astros permanecían estáticos hacia el oriente. Para echar a andar la precisa maquinaria del tiempo debía intervenir el dios del viento, que no sólo impulsó al Sol y la Luna para que avanzaran en sus caminos celestiales, sino que los colocó en los sitios del espacio que les correspondía para desempeñar su tarea.
La conceptualización del tiempo se une de esta manera a la del espacio para conformar uno de los principales elementos que caracterizan a las culturas autóctonas de Mesoamérica. Algunos códices prehispánicos sobrevivieron para mostrarnos sencillos esquemas que representan esta compleja relación. Tal es el caso de la página 1 del Códice Féjérvary Meyer, en el que en los rumbos cardinales están no sólo los dioses, sino los signos calendáricos, las aves y los árboles cósmicos. Leyendo de derecha a izquierda, podemos ir de un día a otro hasta completar un tonalpohualli o calendario sagrado, dando a cada día su connotación positiva, negativa o indiferente.
Estos libros, leídos sólo por los especialistas denominados tonalpohuques, eran considerados sagrados y secretos, hablaban de un mundo lejano al hombre común, del ámbito de los seres que dominan el tiempo cíclico que rige el destino de todo cuanto vive, donde todo regresa cuando se repite el símbolo y el numeral del día y el año. Su cargador (bacab en maya e i mamal en náhuatl) los lleva sobre su espalda, cual pesado fardo, hasta el final del día, cuando dejaba su mecapal (bulto) para que un nuevo mecapalero iniciara su camino. Ellos representan a los astros en la ruta que parte del oriente hacia el poniente, como el Sol, que asumía un aspecto masculino y dominaba la época seca del año, como la Luna, de aspecto femenino, que dominaba la época húmeda del año. Opuestos y complementarios, ambos son indispensables para el florecimiento de la tierra.
“Coatlicue”
Es la madre de todos los dioses del panteón azteca, una de las principales deidades que trajo ese pueblo al inmigrar al Valle de México. Es una forma de la diosa de la tierra, madre de Huitzilopochtli el dios del sol y de la guerra. Las representaciones de Coatlicue muestran la parte mortífera de esa diosa porque la tierra, aparte de madre bondadosa de cuyo seno nace todo lo vegetal, es el monstruo insaciable que devora todo lo que vive, eso sin contar con que también los cuerpos celestes desaparecen tras ella.
Sin embargo, la imagen colosal de Coatlicue, originaria de “La Casa Negra” (su templo en Tenochtitlan) no la representa solamente en su calidad de diosa de la muerte, sino como una figura sin cabeza, con lo que se expresa que la diosa de la tierra era al mismo tiempo diosa de la luna; en muchos mitos se cuenta que ésta entabla una lucha a muerte con el sol. También en la leyenda el dios Huitzilopochtli decapita a su hermana enemiga que representa la luna.
Coatlicue, en náhuatl “La de la Falda de Serpientes”, tuvo un hijo más aguerrido en lo que se representa como un amanecer. Cuenta la leyenda que era una viuda piadosa que un día que barría el templo y que bola de brillantes plumas que caída del cielo la fecundó.
Sus hijos e hijas, decidieron matarla en atroz arrebato de ira, pero Huitzilopochtli, dios de la guerra, que nació en el momento preciso y completamente armado lo primero que hizo fue matar a sus hermanos y hermanas, hoy la luna y las estrellas.
La representación más importante de la Coatlicue es la que se observa en el Museo Nacional de Antropología de México: tiene pies y manos en forma de garras, una falda de serpientes entrelazadas y el pecho cubierto por cráneos, manos y corazones humanos. La cabeza de la diosa está sustituida por dos cabezas de serpientes encontradas, que simulan dos chorros de sangre que brotan de su cuello cortado.
“El Caballero Águila y el Caballero Tigre”
La luna llena placidamente las inmensas y obscuras rocas del monte... Los bosques a lo lejos se esfuman con sus largas sombras. Canta el cenzontle; negras aves aleteando lentamente pasan ocultando a veces con fugitiva marcha el rostro redondo y blanco del astro nocturno.
Y allá en el fondo del valle silencioso y pálido, brillan los grandes lagos en cuya superficie de plata bruñida mirase la sombría silueta de la Gran Tenochtitlan. De pronto unese al murmullo de la noche, vago y enorme, un canto tristísimo, doloroso, que vibraba en las soledades como un gemido de muerte. Súbitamente se apagó.
Por entre los matorrales una sombra gigantesca que avanzaba monstruosa al ras del suelo, se detuvo en el instante en que la voz doliente que cantaba se extinguía. ¿De quién era aquél acento melancólico? ¿De quién era la sombra gigantesca?
-¡Oh! Virgen de blanco huipilli, ¿por qué tan sola?...
Tu eres maravillosamente bella ¿cómo es posible que vagues en estos desiertos montes sola, sin temor a las fieras ni a los vagabundos espías enemigos de nuestro Gran Tecutli, el poderoso mexica?
Tu traje albo, tu belleza gentil y tu adorable juventud, me demuestran claramente que perteneces a las jóvenes doncellas de noble estirpe, que se educan para bien de la patria, en el sagrado Czlmecac, donde los sacerdotes del sol preparan el porvenir de la valiente raza Tenochca. Di encantadora doncella, ¿qué dios maligno te arrebato del sacro donde en este momento tus compañeras nubiles, hunden sus gallardas formas en el Czapan, la primorosa alberca de cristalinas aguas?...
Alto mancebo de noble porte, llevando el Cahuipilli gris sin mangas y cuyos brazos teñidos de negro de obsidiana, eran fuertes y hermosos, era el que hacía proyectar sobre malezas del monte la sombra larga y fantástica, y era el también que con ceremoniosas palabras y frases delicadamente escogidas, habiase dirigido a una mujer airosa y joven, vestida de primoroso huipilli blanco.
-¡Desdichado mancebo!, tres veces sea maldita la hora en que recibió el baño del bautismo: el sacerdote oráculo me aseguró que el hombre que encontraría en noche azul y blanca como esta, tendría que ser mi esposo... y no sabes quien soy, infeliz yaoquisque, de humilde raza! Pobre guerrero sin nobles padres, no gloriosas hazañas, que aún te enseñan el arte de los combates en el Teocalli, el colegio de los jóvenes plebeyos!... Yo soy la hija mayor de Moctezuma, pero tan infausta fue la suerte que para mi predijo el Augur-sacerdote en las solemnidades de mi nacimiento, que soy la única doncella de sacro Calmecac que vaga sola por los bosque en las noches de luna para encontrar el esposo que me puede dar la felicidad...Pero, ¡hay de mi y de ti!, no siendo tu educado con los principales mancebos de la casa sacerdotal, ni hijo de Teeuhtli, ni de señor noble laguno, tenemos que sucumbir en el sacrificio de la fiesta del sol, dentro de cuatro lunas...
aterrado escuchó el joven yaoquisque -guerrero humilde aún- las palabras de la misericordiosa doncella vagabunda, sujeta por el augur de su destino a abandonar el sagrado recinto del Calmecac insigne, para vagar por los montes, las noches en que pura y radiante y en su plena gloria de esplendor, la luna iluminase los campos, leguas y leguas fuera de Tenochtitlan.
Comprende el mancebo que su humilde origen no le permitía desposar libremente a la hija del Teculli con su regio Cacli de oro, el único que bebía el Octli blanco de los festines, en jícaras incrustadas de ópalos y perlas. Y, sin embargo, ¡oh terrible voluntad de los dioses!. Tenia que cumplirse su destino, desposándose con ella, aunque no pudiera nadie asistir al banquete familiar, ni dar con su propia mano en la boca de su esposo, el primer bocado que marcaban los divinos rituales de su región!
Por el contrario, abominada ella por el pueblo, por las doncellas del Calmecac, en que se había educado con tanto esmero; el befado, lapidado por sus compañeros los mancebos que se adiestraban para la guerra de los dioses y la patria, en el fuerte de Tepuchcalli, iría al templo de Quetzalcóatl una sola doncella...¡que afrenta!
Muchos instantes permanecieron absortos los infelices jóvenes, bajo el peso del cruel augurio de su destino, anonadados, sin intentar revelarse, mirando en sus imaginaciones torturadas por el dolor, el día fatal de su muerte sin gloria, ni provecho para la patria... ¡Desventurados!
Al fin el joven yaoquisque levantó su cabeza, tan solo adornada por una pluma de águila, y sacudiendo los brazos pintados de negro exclamó:
-Tloque Nahuaque, el alma universal que ve todo lo que pasa en el mundo, sabe bien, ¡oh! Desdichada hija del rey, que no tuve intención de verte en estos montes, aunque ya comprendo porque desde el día de nuestro nacimiento se unieron nuestros destinos: ¡porque te amo! ¡no puedo resistir!
-El único medio que hay para que puedas ser mi esposo sería que vencieras en un combate al primer caballero águila que hallases en este mismo campo... Pero para eso necesitas ser caballero tigre, todo un gran ocelotl...
-Pues bien, iré a la guerra del sur, combatiré con los feroces habitantes de las montañas ,haré prisioneros y llegaré a ser pronto un gran ocelotl... Y combatiré con el cuahuitl con el caballero águila.
-¿Cómo te llamas?
-Tlotzin, ¿y tu?
-Atotolzin. Toma las púas de maguey del sacrificio; no olvides que si te matan en la guerra yo al mismo tiempo moriré, prensa de horribles dolores... Que tu destino y el mío, ya son uno... El cuahuitl es el mal genio que nos persigue y que tú debes matar, adiéstrate en derramar sangre; has muchos cautivos para ofrecer sus corazones al dios Huitzilopochtli... Piensa en mi...
Rápidamente desapareció la doncella... Su huipilli blanco dejó tras de sí una estela de luz de nieve tan blanca como la del penacho del Popocatepetl, inmóvil y erguido allá en oriente... Y el joven yaoquisque, hundiéndoselas puntas del maguey, sangradas, -bendecidas en el Teocalli para la penitencia- bañó su rostro de bronce en la sangre que brotaba de sus heridas.
Y al ofrendar su vida al porvenir de noble educada escapada por orden del Augur de su destino, del Colmecac, escuchó el tristísimo canto que vibraba tan melancólicamente en el monte solitario, a la luz de la luna. ¡Oh! Qué soberbios llegan los ejércitos victoriosos que vuelven del sur, después de haber dominado a los bravos y audaces guerreros de las sierras mixtecas.
Hay un frenesí indescriptible en las hordas populares al mirar que el convoy de prisioneros se prolonga en masa compacta por las calzadas y fuertes hacia la ciudad de Tlacopan...
¡Esta vez si que el sol, el Gran Tanatiuh esplendoroso, hará que el dios Penteotl, el buen dios del maíz, sea más propicio que en las épocas anteriores en que el hambre asoló al pueblo...
-Ahora con tantos millares de victimas, el cielo hará llover la felicidad... El mismo Moctezuma mostrará su júbilo paseando en los puentes sagrados delante de las multitudes. -Dijo alegremente un viejo mercader a un joven yaoquisque, que no había ido a la campaña.
-Y sabéis, señor, que el que más prisioneros hizo fue un compañero mío que vuelve convertido en Ocelotecutli, si señor, todo un caballero tigre que llega con más despojos y prisioneros que sus jefes...
Entran los noble vencedores a los patios del Calmecac de las vírgenes para que estas contemplen a los que les destinan los sacerdotes por esposos; sus esclavos y mancebos cargan tesoros y ofrendas, trofeos de caza y guerra. Y las vírgenes vestidas con los blancos huipillis les contemplan, arrobadas ante la gallardía de los caballeros águilas, más nobles que los ocelotl.
Sólo un ocelotl de Techpulcati, de origen plebeyo, permaneció en una vasta sala al lado de sus trofeos y botín de guerra... Su humilde origen no le permitía pasar a los patios de los sacerdotes...
Meditaba cuando vio llegar a él a la virgen de su destino y sus amores. Sin decir una palabra se contemplaron. Él orgulloso, le mostró sus presas bélicas... ella le respondió:
-Ve a vencer al Águila, antes que te desposes con la paloma.
Tlotzin salió; pero ya no debía volver nunca...
Cuentan los ancianos que la hija de Moctezuma oraba en el palacio de las Águilas, cuando súbitamente calló muerta. En aquel triste monte se encontró el cadáver de Tlotzin, el caballero Tigre... Una paloma blanca cantaba todos las noches de luna llena, una canción fúnebre tristísima...
“Dioses de la Muerte” (Guardianes del Inframundo)
Antes del edén, del limbo y del infierno; de la trinidad, las cruces y el dogma cristiano, de calacas azucaradas y versos satíricos que burlan a políticos y personalidades importantes, una unión de deidades aztecas centró su reino en el inframundo, donde se albergaron todas las ánimas del mundo y las bases para la tradición que ahora conocemos.
Mictecacihuatl y Mictlantecuhtli recibían a todos los difuntos de muerte natural o que presentaban cierta particularidad en su partida. Sin embargo, en estudios basados en los escritos del fraile franciscano Bernardino de Sahagún (“Historia general de las cosas de Nueva España”) se menciona que del mismo modo, gente de la nobleza azteca también residía en este plano.
Según los escritos de Sahagún, quien logró dominar el náhuatl, y gracias a informantes indígenas documentó la cultura, los muertos -de acuerdo la forma de perecimiento-, se dirigían a dos lugares: Tlalocan (el cielo del sol) y Mictlán. Sin embargo existía otro destino del cual se desconocen muchos aspectos que es denominado Xochatlapan.
Para ser admitido en Mictlán -el que muchos consideraron de manera errónea como el infierno, ya que era parte inferior de los tres planos de la cosmovisión azteca-, el difunto debía pasar nueve pruebas correspondientes a los nueve niveles de Mictlán hasta llegar al umbral de la “Dama de la muerte” o Mictecacihuatl, y el Señor de los difuntos, Mictlantecuhtli. Mictlán era el nombre del lugar del descanso eterno, el destino al que cualquier mortal (no ultimado en guerras, sacrificios o muerte heroica), podía aspirar.
Con la llegada de la conquista española, milenarios rituales fueron eliminados o modificados de los calendarios festivos por ser considerados paganos, y la festividad en la que se honraba a los muertos -originalmente realizada a principio del noveno mes según el calendario azteca, vale decir en agosto según el calendario actual-, no fue la excepción. No obstante, esta festividad que en primera instancia era celebrada durante un mes con diferentes ceremonias, fue adoptada por la iglesia unificándola (como hizo con muchas romanas), formulando un secretismo cultural con la ya establecida celebración eclesial de Todos los Santos.
Más a fondo, la naturaleza de esta celebración azteca y la visión sobre el alma y la vida después de la muerte, estaba constatada en que el cuerpo humano estaba formado por una parte física y otra espiritual; esta última dividida en tres partes: Teyolía, el Tonalli e Ihiyotl. Estas tres entidades anímicas se concentraban primordialmente en la cabeza, el corazón y el hígado. Estas “tres almas” (o tres aspectos del alma), estaban encargadas de mantener el equilibrio físico y mental de cada persona. Así al morir, Teyolía que se encuentra en el corazón engloba la esencia humana y las facultades mentales.
Del mismo modo, Tonalli (relacionado con la individualidad y el destino personal), reposaba sobre la tierra y era guardado por los familiares en pequeños cofres junto con sus cenizas luego de ser cremados junto con ofrendas y artefactos que ayudarían a los difuntos en el más allá. Finalmente se encontraba Ihíyotl, motor de las pasiones y cuya esencia se dispersaba por la faz de la tierra para convertirse en espectros o enfermedades. En religiones occidentales el destino del alma es definitivo, y claramente definido: Si te portas bien te vas al cielo, y si te portas mal te vas al infierno.
En la cultura azteca, contrario a esto, el destino final estaba determinado por la manera o causa de la muerte. Como se halla en los documentos de Sahagún, también este destino estaba determinado ademas, por la ocupación del difunto. Tlalocan, el otro destino, era un lugar de abundancia, donde la mazorca, el agua y la vegetación excedían; era un lugar sin penas habitado por guerreros y personas sacrificadas en batallas o rituales, donde después de cuatro años se convertían en aves de hermoso plumaje y se alimentaban de la nutritiva cempazuchil, la tradicional flor de los muertos.
Los familiares de los que se dirigían a Mictlán –y aquí es donde reside una de las bases de la tradición- mediante rituales auxiliaban a sus seres queridos para vencer estas nueve pruebas al colocar una diversidad de elementos en pequeños altares en forma de pirámides. Vencer el “viento de navajas”, atravesar un camino con culebras, o con una lagartija verde eran algunas de las pruebas antes de llegar a la última, que era cruzar el río Chiconahuapan. Para esta prueba los familiares del difunto lo enterraban junto con un perro para que éste les asista al cruzar el río hacia el destino final, junto a los amorosos amos de la muerte.
Al llegar junto a ellos, el muerto debería presentarse y entregar las ofrendas con las que fue enterrado. En cuanto a las honras para los muertos que se dirigían al inframundo sí existía una distinción en lo social. Los nobles eran acomodados de forma específica, envueltos en un lienzo recién tejido, en la boca una pieza de jade era colocada para simbolizar el corazón. Se cree que como en Egipto antiguo, los esclavos de estos nobles eran sacrificados para asistir a sus amos en la otra vida. Los actos fúnebres para los de menor casta social eran similares, diferenciándose en la piedra colocada en la boca.
“No tenemos vida permanente en este mundo y brevemente, como quien se calienta al sol, es nuestra vida”, decían los aztecas, y esta afirmación no ha caducado.
“La Rueda de los Katúnes”
El once Ahau se asienta el Katún en Ichcaansihó. Bajan hojas del cielo, bajan perfumes del cielo. Suenan las músicas, suenan las sonajas de los nueve píes. En un día en que habrá faisanes azules, en un día en que habrá peces a la vista, en el día de Chakan-Putúm, se comerán los árboles, se comerán piedras; se habrá perdido el ausento dentro del Once Ahau Katún.
Con siete templo de abundancia se asienta el Katún, el cuarto Ahau Katún, en chichén. Siete tiempos de abundancia son el asiento del Gran Derramador de agua. Tapado está su rostro y serrados sus ojos bajo sus lluvias, sobre su maíz abundante derramado. Llenos de hartura están su estera y su trono. Y se derrama su carga. Habrá un día en que este blanco su ropaje y blanca su cintura, y sea aplastado por el chorro del pan de Katún. Llegarán plumajes, llegarán pájaros verdes, llegarán fardos, llegarán faisanes, llegarán tapires; se cubrirán de tributo Chichén.
No Zaquí, sino Mayapán es el asiento del Katún, del Dos Ahau Katún. Cuando se haya asentado el Katún, bajarán cuerdas, bajará las ponzoñosa de la peste. Tres cerros de calaveras harán una rueda blanca a su cuerpo cuando venga con su carga atada. Ahogándose cogerá en su lecho un soplo de viento. Tres veces dejará caer su pan. Mediana hambre, medio pan. Esta es la carga de Dos Ahau Katún.
Kinchil Coba es el asiento del Katún, del Trece Ahau Katún. El dios mayor Itzam, dará su rostro a su reinado. Se le sentirá tres veces en tres años, y cuando se cierre la décima generación. Semejantes a las de palmera serán sus hojas. Semejante al de la palmera será su olor. Su cielo estará cargado de rayos. Sin lluvias chorreará el pan Katún, del Trece Ahau Katún. Multitud de lunares son la carga del Katún. Se perderán los hombres y se perderán los dioses. Cinco días será mordido el Sol, y será visto. Esta es la carga de Trece Ahau Katún.
Los mayas eran incansables observadores; muy pronto se dieron cuenta que el cosmos giraba en torno a un eje imbatible: el tiempo, regente del ritmo del universo.
Así, vieron cómo el sol, la luna y las constelaciones giraban aparentemente surcando la bóveda celeste, pasaban por ciertos puntos sobre sus cabezas o se posaban en el horizonte.
Cada año, el sol se ponía en la cima de determinada montaña cuando comenzaba la época de lluvias o la de secas. Con esta certeza, los mayas marcaban puntos precisos entre cielo y tierra que les permitieron hacer mediciones bastante exactas sobre la duración de los diferentes ciclos cósmicos. El más importante era el ciclo solar, que dio paso a la conformación del Haab o calendario solar, compuesto por 18 meses de 20 días cada uno, lo que da un total de 360 días; a éstos se agregaba un periodo de 5 días sobrantes, es decir, se conformaba un año de 365 días tal y como lo conocemos nosotros.
“Sol y Luna, opuesto y complementario” (Codice Fejervary-Mayer)
El Sol era el cuerpo celeste por excelencia y en Mesoamérica se le identifica con el tiempo mismo. A través de manuscritos, como el Códice Matritense del Real Palacio, podemos abrir una ventana hacia mitos cosmogónicos fundamentales para el pueblo mexica. En ellos vemos fielmente reflejada la creencia de que el Sol, como ser vivo, puede nacer y morir.
Hubo cuatro soles antes del actual. Cada uno marcó eras distintas, entre las cuales se detuvo el tiempo y se hizo la profunda oscuridad. Para que naciera el Quinto Sol, los mismos dioses debieron sacrificarse, morir, purificarse en el fuego, elemento producido por el más viejo de todos lo dioses.A pesar de que ya había nacido el Sol y poco después la Luna, cuerpos celestes fundamentales para elaborar el calendario, aún no estaban dotados de movimiento.
La esencia del tiempo era, aparte de la luz, el movimiento. Ambos astros permanecían estáticos hacia el oriente. Para echar a andar la precisa maquinaria del tiempo debía intervenir el dios del viento, que no sólo impulsó al Sol y la Luna para que avanzaran en sus caminos celestiales, sino que los colocó en los sitios del espacio que les correspondía para desempeñar su tarea.
La conceptualización del tiempo se une de esta manera a la del espacio para conformar uno de los principales elementos que caracterizan a las culturas autóctonas de Mesoamérica. Algunos códices prehispánicos sobrevivieron para mostrarnos sencillos esquemas que representan esta compleja relación. Tal es el caso de la página 1 del Códice Féjérvary Meyer, en el que en los rumbos cardinales están no sólo los dioses, sino los signos calendáricos, las aves y los árboles cósmicos. Leyendo de derecha a izquierda, podemos ir de un día a otro hasta completar un tonalpohualli o calendario sagrado, dando a cada día su connotación positiva, negativa o indiferente.
Estos libros, leídos sólo por los especialistas denominados tonalpohuques, eran considerados sagrados y secretos, hablaban de un mundo lejano al hombre común, del ámbito de los seres que dominan el tiempo cíclico que rige el destino de todo cuanto vive, donde todo regresa cuando se repite el símbolo y el numeral del día y el año. Su cargador (bacab en maya e i mamal en náhuatl) los lleva sobre su espalda, cual pesado fardo, hasta el final del día, cuando dejaba su mecapal (bulto) para que un nuevo mecapalero iniciara su camino. Ellos representan a los astros en la ruta que parte del oriente hacia el poniente, como el Sol, que asumía un aspecto masculino y dominaba la época seca del año, como la Luna, de aspecto femenino, que dominaba la época húmeda del año. Opuestos y complementarios, ambos son indispensables para el florecimiento de la tierra.
“Coatlicue”
Es la madre de todos los dioses del panteón azteca, una de las principales deidades que trajo ese pueblo al inmigrar al Valle de México. Es una forma de la diosa de la tierra, madre de Huitzilopochtli el dios del sol y de la guerra. Las representaciones de Coatlicue muestran la parte mortífera de esa diosa porque la tierra, aparte de madre bondadosa de cuyo seno nace todo lo vegetal, es el monstruo insaciable que devora todo lo que vive, eso sin contar con que también los cuerpos celestes desaparecen tras ella.
Sin embargo, la imagen colosal de Coatlicue, originaria de “La Casa Negra” (su templo en Tenochtitlan) no la representa solamente en su calidad de diosa de la muerte, sino como una figura sin cabeza, con lo que se expresa que la diosa de la tierra era al mismo tiempo diosa de la luna; en muchos mitos se cuenta que ésta entabla una lucha a muerte con el sol. También en la leyenda el dios Huitzilopochtli decapita a su hermana enemiga que representa la luna.
Coatlicue, en náhuatl “La de la Falda de Serpientes”, tuvo un hijo más aguerrido en lo que se representa como un amanecer. Cuenta la leyenda que era una viuda piadosa que un día que barría el templo y que bola de brillantes plumas que caída del cielo la fecundó.
Sus hijos e hijas, decidieron matarla en atroz arrebato de ira, pero Huitzilopochtli, dios de la guerra, que nació en el momento preciso y completamente armado lo primero que hizo fue matar a sus hermanos y hermanas, hoy la luna y las estrellas.
La representación más importante de la Coatlicue es la que se observa en el Museo Nacional de Antropología de México: tiene pies y manos en forma de garras, una falda de serpientes entrelazadas y el pecho cubierto por cráneos, manos y corazones humanos. La cabeza de la diosa está sustituida por dos cabezas de serpientes encontradas, que simulan dos chorros de sangre que brotan de su cuello cortado.
“El Caballero Águila y el Caballero Tigre”
La luna llena placidamente las inmensas y obscuras rocas del monte... Los bosques a lo lejos se esfuman con sus largas sombras. Canta el cenzontle; negras aves aleteando lentamente pasan ocultando a veces con fugitiva marcha el rostro redondo y blanco del astro nocturno.
Y allá en el fondo del valle silencioso y pálido, brillan los grandes lagos en cuya superficie de plata bruñida mirase la sombría silueta de la Gran Tenochtitlan. De pronto unese al murmullo de la noche, vago y enorme, un canto tristísimo, doloroso, que vibraba en las soledades como un gemido de muerte. Súbitamente se apagó.
Por entre los matorrales una sombra gigantesca que avanzaba monstruosa al ras del suelo, se detuvo en el instante en que la voz doliente que cantaba se extinguía. ¿De quién era aquél acento melancólico? ¿De quién era la sombra gigantesca?
-¡Oh! Virgen de blanco huipilli, ¿por qué tan sola?...
Tu eres maravillosamente bella ¿cómo es posible que vagues en estos desiertos montes sola, sin temor a las fieras ni a los vagabundos espías enemigos de nuestro Gran Tecutli, el poderoso mexica?
Tu traje albo, tu belleza gentil y tu adorable juventud, me demuestran claramente que perteneces a las jóvenes doncellas de noble estirpe, que se educan para bien de la patria, en el sagrado Czlmecac, donde los sacerdotes del sol preparan el porvenir de la valiente raza Tenochca. Di encantadora doncella, ¿qué dios maligno te arrebato del sacro donde en este momento tus compañeras nubiles, hunden sus gallardas formas en el Czapan, la primorosa alberca de cristalinas aguas?...
Alto mancebo de noble porte, llevando el Cahuipilli gris sin mangas y cuyos brazos teñidos de negro de obsidiana, eran fuertes y hermosos, era el que hacía proyectar sobre malezas del monte la sombra larga y fantástica, y era el también que con ceremoniosas palabras y frases delicadamente escogidas, habiase dirigido a una mujer airosa y joven, vestida de primoroso huipilli blanco.
-¡Desdichado mancebo!, tres veces sea maldita la hora en que recibió el baño del bautismo: el sacerdote oráculo me aseguró que el hombre que encontraría en noche azul y blanca como esta, tendría que ser mi esposo... y no sabes quien soy, infeliz yaoquisque, de humilde raza! Pobre guerrero sin nobles padres, no gloriosas hazañas, que aún te enseñan el arte de los combates en el Teocalli, el colegio de los jóvenes plebeyos!... Yo soy la hija mayor de Moctezuma, pero tan infausta fue la suerte que para mi predijo el Augur-sacerdote en las solemnidades de mi nacimiento, que soy la única doncella de sacro Calmecac que vaga sola por los bosque en las noches de luna para encontrar el esposo que me puede dar la felicidad...Pero, ¡hay de mi y de ti!, no siendo tu educado con los principales mancebos de la casa sacerdotal, ni hijo de Teeuhtli, ni de señor noble laguno, tenemos que sucumbir en el sacrificio de la fiesta del sol, dentro de cuatro lunas...
aterrado escuchó el joven yaoquisque -guerrero humilde aún- las palabras de la misericordiosa doncella vagabunda, sujeta por el augur de su destino a abandonar el sagrado recinto del Calmecac insigne, para vagar por los montes, las noches en que pura y radiante y en su plena gloria de esplendor, la luna iluminase los campos, leguas y leguas fuera de Tenochtitlan.
Comprende el mancebo que su humilde origen no le permitía desposar libremente a la hija del Teculli con su regio Cacli de oro, el único que bebía el Octli blanco de los festines, en jícaras incrustadas de ópalos y perlas. Y, sin embargo, ¡oh terrible voluntad de los dioses!. Tenia que cumplirse su destino, desposándose con ella, aunque no pudiera nadie asistir al banquete familiar, ni dar con su propia mano en la boca de su esposo, el primer bocado que marcaban los divinos rituales de su región!
Por el contrario, abominada ella por el pueblo, por las doncellas del Calmecac, en que se había educado con tanto esmero; el befado, lapidado por sus compañeros los mancebos que se adiestraban para la guerra de los dioses y la patria, en el fuerte de Tepuchcalli, iría al templo de Quetzalcóatl una sola doncella...¡que afrenta!
Muchos instantes permanecieron absortos los infelices jóvenes, bajo el peso del cruel augurio de su destino, anonadados, sin intentar revelarse, mirando en sus imaginaciones torturadas por el dolor, el día fatal de su muerte sin gloria, ni provecho para la patria... ¡Desventurados!
Al fin el joven yaoquisque levantó su cabeza, tan solo adornada por una pluma de águila, y sacudiendo los brazos pintados de negro exclamó:
-Tloque Nahuaque, el alma universal que ve todo lo que pasa en el mundo, sabe bien, ¡oh! Desdichada hija del rey, que no tuve intención de verte en estos montes, aunque ya comprendo porque desde el día de nuestro nacimiento se unieron nuestros destinos: ¡porque te amo! ¡no puedo resistir!
-El único medio que hay para que puedas ser mi esposo sería que vencieras en un combate al primer caballero águila que hallases en este mismo campo... Pero para eso necesitas ser caballero tigre, todo un gran ocelotl...
-Pues bien, iré a la guerra del sur, combatiré con los feroces habitantes de las montañas ,haré prisioneros y llegaré a ser pronto un gran ocelotl... Y combatiré con el cuahuitl con el caballero águila.
-¿Cómo te llamas?
-Tlotzin, ¿y tu?
-Atotolzin. Toma las púas de maguey del sacrificio; no olvides que si te matan en la guerra yo al mismo tiempo moriré, prensa de horribles dolores... Que tu destino y el mío, ya son uno... El cuahuitl es el mal genio que nos persigue y que tú debes matar, adiéstrate en derramar sangre; has muchos cautivos para ofrecer sus corazones al dios Huitzilopochtli... Piensa en mi...
Rápidamente desapareció la doncella... Su huipilli blanco dejó tras de sí una estela de luz de nieve tan blanca como la del penacho del Popocatepetl, inmóvil y erguido allá en oriente... Y el joven yaoquisque, hundiéndoselas puntas del maguey, sangradas, -bendecidas en el Teocalli para la penitencia- bañó su rostro de bronce en la sangre que brotaba de sus heridas.
Y al ofrendar su vida al porvenir de noble educada escapada por orden del Augur de su destino, del Colmecac, escuchó el tristísimo canto que vibraba tan melancólicamente en el monte solitario, a la luz de la luna. ¡Oh! Qué soberbios llegan los ejércitos victoriosos que vuelven del sur, después de haber dominado a los bravos y audaces guerreros de las sierras mixtecas.
Hay un frenesí indescriptible en las hordas populares al mirar que el convoy de prisioneros se prolonga en masa compacta por las calzadas y fuertes hacia la ciudad de Tlacopan...
¡Esta vez si que el sol, el Gran Tanatiuh esplendoroso, hará que el dios Penteotl, el buen dios del maíz, sea más propicio que en las épocas anteriores en que el hambre asoló al pueblo...
-Ahora con tantos millares de victimas, el cielo hará llover la felicidad... El mismo Moctezuma mostrará su júbilo paseando en los puentes sagrados delante de las multitudes. -Dijo alegremente un viejo mercader a un joven yaoquisque, que no había ido a la campaña.
-Y sabéis, señor, que el que más prisioneros hizo fue un compañero mío que vuelve convertido en Ocelotecutli, si señor, todo un caballero tigre que llega con más despojos y prisioneros que sus jefes...
Entran los noble vencedores a los patios del Calmecac de las vírgenes para que estas contemplen a los que les destinan los sacerdotes por esposos; sus esclavos y mancebos cargan tesoros y ofrendas, trofeos de caza y guerra. Y las vírgenes vestidas con los blancos huipillis les contemplan, arrobadas ante la gallardía de los caballeros águilas, más nobles que los ocelotl.
Sólo un ocelotl de Techpulcati, de origen plebeyo, permaneció en una vasta sala al lado de sus trofeos y botín de guerra... Su humilde origen no le permitía pasar a los patios de los sacerdotes...
Meditaba cuando vio llegar a él a la virgen de su destino y sus amores. Sin decir una palabra se contemplaron. Él orgulloso, le mostró sus presas bélicas... ella le respondió:
-Ve a vencer al Águila, antes que te desposes con la paloma.
Tlotzin salió; pero ya no debía volver nunca...
Cuentan los ancianos que la hija de Moctezuma oraba en el palacio de las Águilas, cuando súbitamente calló muerta. En aquel triste monte se encontró el cadáver de Tlotzin, el caballero Tigre... Una paloma blanca cantaba todos las noches de luna llena, una canción fúnebre tristísima...